El otro día alguien posteó una cita del ingeniero y músico Alan Parsons que decía “Los audiófilos no usan sus equipos para escuchar nuestra música, ellos usan nuestra música para escuchar sus equipos” con lo cual coincido parcialmente, ya que en algunos casos es cierto y como en todas las cosas, hay otros casos donde realmente disfrutan de la música, incluso de mejor manera que los que trabajamos en ella. Y esto es una realidad pues no todos los ingenieros trabajan en estudios totalmente aislados, con cornetas de 12” ó 15” y componentes de altísima calidad, sin que esto vaya en detrimento del resultado final de su producto. Así que, como puede ser de ofensiva la aseveración de Alan, también pudiera ser envidiosa, aunque no creo que ese sea el caso.
Ahora bien, esto me llevó a recordar una vez que pasé por una tienda de equipos sofisticados, de una marca muy famosa por sus diseños; casualmente cargaba conmigo un CD que yo usaba (ahora es un pen drive), donde tengo varios temas que yo he mezclado y de otros ingenieros, para probar las salas de conciertos y los estudios donde trabajo. Al reproducir este audio por las cornetas tope de línea, cuyo diseño parecía el de un cono largo con un platillo volador incrustado arriba, resulta que todo sonaba igual. Me explico, a los temas con mucho bajo, no se le notaba ese exceso; el tema brillante, era dulce; la canción que era flaca, de repente fue al gimnasio. Le comente al vendedor que esos temas no sonaban así, que yo los conocía muy bien (todavía los uso). Su respuesta me dejó frío, “es que esas cornetas ecualizan automáticamente y corrigen todos los excesos”, a lo que le pregunte: “¿según el criterio de quien, Alan Parsons?”
Aquí radica uno de los problemas del arte, una vez se hace público, no podemos controlar la forma en que se disfruta, se admira, se goza o se critica. Es como cuando un pintor realiza un cuadro, con una luz determinada, cuida que esa luz sea la misma en la galería donde se exhibe y luego el comprador la cuelga en su casa donde no le da la luz correcta o la pone en un sitio donde no se aprecia bien por el ángulo o el color de la pared no le favorece. Pero tal vez lo más importante para el comprador es que es un Picasso o un Soto, que por sí solos se hacen notar y no la obra en sí. Lo mismo nos pasa en el audio, no sabemos con cuales cornetas y donde van a escuchar nuestra música, probablemente un alto porcentaje escuche por unos audífonos pequeños (huesitos como los llama Jesús Jiménez) o en el carro, a través del limitador de una emisora de radio. El arte merece respeto sin poder evitar el factor snob o moda que rodea a la sociedad y que es parte de un porcentaje que consume, por la razón equivocada o no, y al que también nos debemos. Sólo nos queda inculcar y demostrar ese respeto desde su procreación hasta su existencia en las discotecas de los audiófilos.
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